Cada siete de abril se conmemora en Chile el Día de la Educación Rural, una fecha que invita a mirar hacia los más de 3.380 establecimientos rurales del país, que representan poco menos del 30% del total nacional. Detrás de cada uno de ellos hay historias de compromiso, identidad territorial y vocación docente.
Una de esas historias nace en Huatacondo, un pequeño pueblo precordillerano de apenas 100 habitantes, y con una gran presencia de comunidad quechua, en la comuna de Pozo Almonte. Allí trabaja Sebastián Daza, profesor de Historia y Geografía con Magíster en Indagación e Innovación Educativa del Instituto de Estudios Avanzados en Educación de la Universidad de Chile, quien desde marzo de este año ejerce como docente de aula y asesor pedagógico en la Escuela Básica de Huatacondo.
«La verdad es que ha sido una experiencia intensa, pero muy enriquecedora. Pasé de trabajar en un colegio urbano con más de mil 600 estudiantes, a una escuelita con solo 16. El cambio es enorme, sobre todo en la forma en que uno se relaciona con los estudiantes: ahora es todo más directo, más humano, más cercano», relató Sebastián.
En la escuela, que se convierte en el epicentro de la vida comunitaria, no solo se enseña, también se celebra, se conversa, se sueña. “Es donde se junta la comunidad, donde se celebran las actividades, donde todo gira en torno a los niños y niñas”, dijo el docente, destacando el compromiso de sus colegas y el rol activo de la comunidad.
En estos territorios, enseñar implica mucho más que seguir el currículum. “Uno de los grandes desafíos es adaptar lo que propone el sistema a la realidad del pueblo. El aislamiento, la diversidad cultural, las condiciones materiales: todo eso hay que tenerlo en cuenta”, señaló Sebastián.
El profesor agregó que “También está el tema de darles a los niños y niñas oportunidades reales para que puedan quedarse en su territorio sin tener que irse a la ciudad para seguir estudiando”.
Desde su experiencia, la escuela rural es un lugar de encuentro entre culturas. “La escuela rural hoy convive con muchas culturas: pueblos originarios, pero también población migrante. Y eso es un desafío, pero también una gran oportunidad para trabajar la inclusión desde lo más cotidiano”.
En la ruralidad, ser profesor es ser mucho más. “Es ser un poco todo: profesor, gestor, orientador, vecino, puente con el mundo exterior. Es enseñar con lo que hay, con lo que está alrededor: la naturaleza, la historia del lugar, el patrimonio, la cultura viva”, afirmó Daza.
Daza reconoce los aprendizajes profundos: “Me ha hecho ver con mucha claridad lo importante que es la escuela en estos pueblos. Toda gira en torno a ella. Las actividades escolares muchas veces se transforman en eventos para todo el pueblo. La comunidad se involucra, participa, se siente parte”.
Y, aunque reconoce las dificultades propias del aislamiento, Sebastián no duda de la relevancia del trabajo que se realiza en estos contextos. “La escuela rural alimenta, cuida, vacuna, entrega apoyo emocional… es un espacio seguro para la infancia, sobre todo en lugares aislados donde muchas veces no hay acceso a otros servicios”, indicó.